Abstract:
En el presente ensayo se presenta un breve esbozo de
la ética como un humanismo a partir del renacimiento. Al final se concluye que
los códigos éticos no son definitivos y están en continuo cambio hacia mejor.
Contenido:
La escolástica medieval, confusión de conceptos.
Hacia el
final de la Edad Media, los problemas éticos estaban estrechamente emparentados
con la religiosidad y con las tradiciones judeocristiana y grecorromana.
Prácticamente no se podía hacer distinción entre lo que era propiamente “moral”
y lo que era “santo”. La moralidad se basaba en el supuesto de la existencia de
un mandato divino y trascendente a los individuos.
Sin embargo esta confusión de
conceptos no se debía al sincretismo propio de las primeras civilizaciones,
puesto que los productos culturales humanos ya estaban plenamente diferenciados
en este momento (algunos como las ciencias particulares todavía no). No, esta
confusión obedecía a una amalgama artificiosa por parte de los Primeros Padres
(la patrística) y desarrollada posteriormente por la Escolástica. A pesar de
que se le debe mucho a los pensadores del medioevo, debemos decir que uno de
sus mayores defectos fue el de no racionalizar la moralidad, o al menos no en
el sentido científico y positivista que quisiéramos. Por muchas reflexiones y
razonamientos que se hayan hecho durante esta época siempre contaron con el
sesgo de la “revelación” cristiana que les impidió captar adecuadamente el problema
de la moralidad. En realidad es un sesgo permanente que se sigue dando a día de
hoy.
Pero ocurrió que durante el fin
de la Edad Media se suceden una serie de eventos y aparecen ciertos pensadores
que dan al traste con la visión religiosa y teocentrista de la moralidad.
Conviene destacar tres eventos que desarrollaron al humanismo como forma de
reflexión ética. Estos tres eventos están enumerados por Manuel García Morente
en sus Lecciones preliminares de filosofía y son, a saber: el arribo de la imprenta y por lo
tanto de la difusión de nuevas ideas más allá de los monopolios clericales, que
desembocan en la fractura de la fe católica y el surgimiento de las sectas
protestantes; los nuevos descubrimientos científicos que rompen con la
cosmovisión promovida por la escolástica y que tenía como punto de partida la
física aristotélica; y el descubrimiento de un nuevo continente con otras
culturas que obligan al hombre europeo a darse cuenta que existen distintas
visiones del mundo más allá de las eurocentristas.
La imprenta, arribando justo a tiempo. |
Cambió pues, el paradigma
católico. Puesto que se pone en duda por primera vez la existencia de un poder
superior único, y un tribunal divino, los hombres poco a poco se dan cuenta de
la importancia del hombre mismo como individuo en la conformación de sus
actitudes, y entre ellas, de sus actitudes morales. Esto constituye un avance
importantísimo por parte de los humanistas del Renacimiento europeo. Creo que
la moralidad no puede proceder de ninguna manera de un ente ajeno al agente que
realiza los actos. La moralidad no es un código impuesto; si se diera ese caso,
en el cual las actitudes se dan en función de una serie de reglas dadas, una
moral así entraría en conflicto con la definición misma de la moralidad (al
menos eso pensamos los hombres actuales después de mucho tiempo de
reflexiones).
Entonces, a partir del
Renacimiento se hace hincapié en que la moralidad responde más bien al
razonamiento y reflexiones del ser humano como individuo, que el hombre mismo
entienda que es lo bueno y que es lo malo en función de su experiencia
individual.
Hacia la mitad del siglo XVII
aparece Thomas Hobbes, filósofo inglés que escribe uno de los libros más duros,
radicales y fríos hasta entonces escritos: El Leviathán (un libro que por cierto, a mis 26 años no
encuentro en una edición en español).
La frase más reconocida y que
resume el pensamiento de Hobbes es la siguiente: “el hombre es el lobo del
hombre”. Para Hobbes, el hombre es un ser ruin y malvado por naturaleza, que
sólo va en busca de su provecho personal, trata de hacer el mal a los demás y
el bien únicamente a sí mismo.
Hobbes, de ideas escalofriantes, pero no por ello falsas. |
Ciertamente no existen razones
para creer que estuviera equivocado, y que en realidad el hombre es una bestia
no muy diferente de los demás animales. Los códigos morales son y deben ser
aprendidos, razonado y reflexionados. No son innatos, al menos no en el sentido
que los racionalistas creen.
Tampoco son trascendentes a los hombres, no tienen existencia “en sí”
como los kantianos pretenden y mucho menos tienen origen divino como hasta el
fin de la Edad Media se quería. Es así que el hombre, para evitar destruirse a
sí mismo destruyendo a los demás, debe crear un contrato social, una serie de
reglas, penalizaciones y jerarquías que provean a los humanos de un cierto
grado de seguridad para poder vivir procurando cada quien sus intereses
respectivos siempre subordinándose a un poder central encargado de procurar la
paz a la fuerza (haciendo uso del monopolio legal de la violencia,
característica del Estado descrita por Max Weber).
El pensamiento Hobbesiano
constituye un importante avance que nos encamina a pensar que es el hombre
mismo y no “el mandato divino” el creador de los códigos morales y de la
moralidad como un ente en sí. Pero Hobbes omite un detalle que es abordado y
desarrollado tanto por los empiristas ingleses como Locke y Hume, pero más
profundamente por el alemán Emmanuel Kant y es, a saber el asunto de la
libertad o libre albedrío.
Para que podamos considerar un
acto cualquiera como completamente moral, debemos antes que nada ser capaces de
hacernos responsables por nuestro propios actos, de razonar y ponderar cada
cosa que hagamos, que definamos por nosotros mismos que es lo bueno y que es lo
mano en razón de nuestras actividades individuales. Es este un importante aporte.
La falla de Kant es conceder a la moralidad una realidad metafísica, una
realidad en sí distinta a la de los fenómenos.
Para el siglo XIX los filósofos
europeos sufren una especie de desencanto por los paradigmas existentes en
todos los campos del saber humanos, incluyendo los de las actitudes éticas.
Marx, Nietzche, Kierkegaard, entre otros no encuentran sentido a las actitudes
morales. En algún momento de mi vida (mi adolescencia tardía y los primeros
años de mi vida adulta) estuve acuerdo con el pensamiento Nietzcheano de que la
moral es únicamente una “moral del rebaño” que existe únicamente con el fin de
proteger a los débiles.
Nietzche decía que el hombre debe
hacer caso omiso de esta moralidad y simplemente deberse a sí mismo, hacer todo
lo que quiera con el objeto de perseguir sus metas y llegar a convertirse en el
“superhombre”. Mi opinión actual es que esta es una postura sumamente
individualista que se salta las reglas del juego (el contrato social) y que por
lo tanto invalida todos los logros que un hombre que se comportara así
lograría. Sería un estado de pragmatismo puro, de ambición ciega y de
inconciencia. Lamentablente ese estado pragmático es el que vemos actualmente
como bandera de comportamiento del mexicano (¿y del hombre en general?) actual.
Tan opuestos uno del otro, pero todos los cultosos los aman (¿amamos?) |
El comportarse de acuerdo a una
moral personal es por lo tanto, inadecuado. La moral se basa en la cooperación,
en la adecuación de los fines personales a los fines colectivos. Estoy de
acuerdo con los utilitaristas y su frase “el bien para el mayor número”, pero
hasta ahí. Los utilitaristas también llegan a extremos como el que comenta C.L.
Ten en su ensayo “Crimen y Castigo” (y que ya comenté en un post anterior).
Todavía falta mucho que aprender respecto a la moralidad. Todavía falta la
última palabra, la Moral Definitiva no existe aun. Sin embargo, desde el fin de
la Edad Media a la actualidad hemos logrado un importante avance.