La creación literaria como forma de completar y complementar a la historia. Esa es la premisa con la cual crea
Carlos Fuentes su libro de cuentos El Naranjo o los círculos del tiempo. Cinco
historias en apariencia sin relación entre ellas, teniendo como único eje de cohesión la omnipresencia de l árbol
oriental que da nombre a la
antología.
Fuentes
(como muchos de nosotros) tiene como una de sus principales preocupaciones personales al problema del tiempo, esa condición de la existencia en la
cual vivimos inmersos, que en
nuestras vidas percibimos como algo lineal, progresivo e irreversible.
Algo que igualmente parece que existe fuera de nosotros y que es sumamente
difícil de definir.
Los
grandes hombres han explicado al tiempo
como la sucesión, como el tránsito de un lugar a otro o de una cantidad
a otra. Lo que define al tiempo es el cambio. Lo que antes era ya no lo es más
y cuando esto sucede decimos que ha transcurrido el tiempo. El ser que
permanece inmóvil, es un ser por el cual el tiempo no pasa.
Si
sucediera que nosotros los hombres pudiéramos experimentar el tiempo sin fin,
que fuéramos inmortales y presenciáramos y viviéramos evento tras evento hasta
la eternidad,, es decir, que se nos concediera la eternidad, el tiempo mismo
dejaría de preocuparnos, dejaríamos de darle la importancia que actualmente le
damos.
En el relato El Inmortal, Jorge Luis Borges relata
como un centurión romano, en compañía de una comitiva va en búsqueda de la
fuente de la eterna juventud, que provee de inmortalidad a quien bebe de sus
aguas. Los soldados romanos, ambiciosos, creen ver (como en realidad todos
nosotros) en la no –muerte una
bendición, un instrumento de superioridad. Al final solo
uno sobrevive y se encuentra con una ciudad de salvajes, que se revuelcan en el
lodo, que son incapaces de
articular palabra alguna. El centurión bebe de las aguas y descubre que esos salvajes son los
inmortales. Con terror se da
cuenta que la inmortalidad es en realidad una maldición.
Pero
sucede que los hombres somos efímeros, y que se nos ha
dado la conciencia de que tenemos el tiempo contado, que en cualquier momento
podemos dejar de percibirlo y con ello, dejar de existir. Nace dentro de nosotros la angustia de
que cualquier momento en nuestras vidas puede ser el últimos.
El tiempo (nuestro tiempo) también nos define. Puesto
que no somos los mismos siempre,
pues en ese caso el tiempo no existiría en nosotros, somos cambio, devenir. Se
hace necesario que podamos explicarnos, que podamos identificarnos nosotros
mismos, que nos podamos diferenciar de lo demás y de los demás. Luego, nosotros
nos identificamos, nos realizamos en nuestro pasado, puesto que nosotros como
existentes somos la suma de todos nuestros actos pasados. El pasado nos define,
nuestra historia nos define.
Igualmente
la historia de nuestros pueblos, de nuestras sociedades nos explican. El pasado de nuestras naciones son nuestro pasado. Pero somos incapaces de aprehender directamente
el pasado. Es imposible que vivamos el pasado, somos seres atrapados en un
presente eterno. Como Fuentes dijera, nuestro pasado es recuerdo y nuestro
futuro es proyecto. Sin embargo,
Carlos Fuentes dio un paso más allá. El pretendió que puesto que no podemos
aprehender el pasado directamente sino únicamente en meros recuerdos, y que
estos se diluyen y deforman con el tiempo, era necesario reimaginar, reinventar
nuestro pasado. Según él, inventar
el pasado es la mejor manera de reconocernos, de construir nuestra identidad.
Y así lo hace en el Naranjo.
Valiéndose de cuatro eventos puntuales y decisivos en la historia de los
pueblos que hablan castellano y de una historia completamente imaginada,
Fuentes hace una referencia constante a la circularidad del tiempo, al tiempo
cíclico. Inventa y a la vez recrea
las historias. Realidad y poesía se funden, como bien lo expresara el doctor
Sergio Armendáriz a lo largo del curso.
Tengo un miedo terrible al tiempo, lo considero mi enemigo. Su calidad
de irreversible es algo que aterra a cualquiera, uno debe medir bien sus actos,
no vaya a equivocarlos. El hecho de que nuestro tiempo sea finito también
obliga a apretar el paso, a hacer todo lo que sea posible haceer. No hay tiempo
para descansar pues un día habremos de dejar de ser.
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