Abstract.
En el presente ensayo se hace una crítica a la ética tradicional representada por dos posiciones distintas aunque emparentadas: la moral sustentada por la religiosidad y la moral racional y objetiva de la filosofía occidental. Al final se ofrece una crítica a estas dos posturas y la presentación del marxismo como alternativa a los códigos morales imperantes en las sociedades actuales.Contenido.
El comportamiento humano es uno de los fenómenos más
difíciles de teorizar y generalizar en leyes unívocas. Tratamos todos como individuos antes
que nada procurar nuestro bien (inmediato en mayor medida) y el de los
nuestros, es decir, de todas aquellas
personas allegadas a nosotros y por las que sentimos un cierto grado de afecto
(aunque en realidad me siento imposibilitado de universalizar las líneas
anteriores, reforzando con ello las mismas, ya que dependen de mi experiencia
personal y de nada más).
Desde que somos niños se nos alecciona con una serie de
reglas de comportamientos y se nos comienza a instruir sobre los conceptos del
bien y el mal. Esto se hace
naturalmente en hogares donde los padres y maestros tienen un cierto grado de
instrucción, pues en ciertos lugares donde los niños viven en ambientes de
desatención asociados a la falta de ingresos y por lo tanto de educación esto
no sucederá así. Para J.S. Mill,
filósofo utilitarista, lo que se enseña a los niños “la moralidad del sentido
común, que todos aprendemos en la infancia, representa la sabiduría acumulada
de la humanidad acerca de las consecuencias deseables e indeseables de las
acciones”[1]
Siguiendo a los filósofos empiristas ingleses del siglo
XVIII, al menos en su epistemología que no en sus teorías sobre la moralidad,
estamos de acuerdo en que la conducta humana es necesariamente aprendida, jamás
innata, por lo que el ambiente en el que el individuo se desenvuelve
necesariamente influirá en su carácter, en el cual incluimos las concepciones
que éste tenga respecto al bien y el mal.
El hecho de que admitamos que la conducta moral es
necesariamente aprendida implica que debemos desechar ideas como la existencia
de una metaética, una moral ajena al individuo, es decir unas leyes naturales,
ontológicas o de origen divino externas al mismo (más adelante nos referiremos
a la ética desde la incipiente teoría biológica, que provee argumentos
interesantes a favor de una moralidad biológica). Así que coincidimos con
Sócrates y Platón, al afirmar que el conocimiento y el bien son conceptos
equivalentes (no de manera rigurosa tal como ellos lo concebían, sino
concediendo que el conocimiento del bien es anterior al bienactuar). Sin embargo, nos separamos más de Platón en su concepción ontológica
de la idea del bien supremo, que imaginaba como una entidad realmente existente
en un plano de existencia ajeno a este mundo “mundano”. En la actualidad, casi
cualquier filósofo descarta la idea de la existencia real de los “eidos”
platónicos (aunque algunos pensadores como Frege desarrollan un platonismo muy
interesante y convincente, pero que no detallaremos aquí por estar más
orientados a la filosofía de las matemáticas y del lenguaje que a la filosofía
moral práctica, y además, en realidad también se aleja de Platón en muchos
aspectos).
Desde el surgimiento de las primitivas sociedades humanas,
se buscó racionalizar y justificar las acciones de los individuos para que
convivieran armónica y exitosamente con sus similares. Sin embargo, esta justificación
y diferenciación de las actitudes buenas y malas, estaban enmarcadas dentro del
sincretismo en el cual se hallaban imbuidas las primeras sociedades. Me refiero
a que en el inicio de la civilización, los productos culturales, tales como el
lenguaje, la ciencia, las artes, la religión y demás, no se encontraban
diferenciados, puesto que la actividad humana no estaba especializada. La
moralidad como producto humano estaba pues inmersa en ese sincretismo. Es así
que las primeros códigos morales estaban justificados por las creencias
religiosas de cada pueblo (y viceversa, pues recordemos que no había todavía
diferenciación alguna entre religión y moralidad). Con el tiempo, primero con
los griegos y más adelante por pensadores humanistas modernos, a partir de
Tomás Moro, Campanella, Okham y Hobbes se comenzaron a emancipar los códigos
éticos de las concepciones religiosas para centrarse más en el individuo.
Como hacen por separado los positivistas y los marxistas de
la actualidad, debemos desechar los argumentos tanto divinos como
ontológico-metafísicos de la moralidad, puesto que no están fundados en datos
que sean susceptibles de comprobarse empíricamente. Es así que justificar el
bien en el “mandato de Dios” de la patrística medieval o en el “imperativo
categórico” kantiano es tomar vías rápidas (y equivocadas) de la justificación
de nuestras acciones. En el primer caso se presupone la existencia de un ser
(puede ser el Dios tradicional cristiano, el demiurgo platónico o el primer
motor aristotélico) del cual depende que una acción individual cualquiera sea
buena o mala. Como hasta el momento no hay pruebas concluyentes de que tal ser
exista no podemos tomar en serio todos los razonamientos que van por ese
camino.
Otra crítica que podemos hacer a las concepciones
religiosas y teológicas de la moralidad es que como Jonathan Berg informa “la
única razón para comportarse
moralmente es la de que Dios recompensa el bien y castiga el mal”[2]
Si admitimos tal afirmación como verdadera (y aquí estamos suponiendo muy holgadamente tanto la existencia de Dios como la razón del comportamiento moral,)
la moralidad pierde su sentido en tanto cuanto no actuamos bien o mal más que
únicamente con la finalidad de aspirar a una recompensa y evitar el castigo.
Continuando con Berg: “esta tesis sería que los seres humanos, en razón de un
hecho triste, pero simple, no están motivados para abstenerse de hacer el mal y
para hacer el bien a menos que teman la ira de Dios y pretendan su favor”[3].
Una concepción así de la conducta ética es por completo irracional, y por
tanto, los que pensaran así serían incapaces de reflexionar sobre su actuar,
limitándose a seguir las reglas de sus respectivas creencias. Así sucede con
los fanáticos religiosos, sean del credo que sean, baste el ejemplo en mi
quehacer profesional en el periódico en el cual trabajo de las personas que
dicen que actúan bien al solicitar la publicación de una oración ya sea a San
Judas Tadeo o a la santa muerte esperando obtener el favor de la deidad en
cuestión a la que la tributan. Un mínimo de reflexión nos lleva a pensar que en
realidad no hay nada de bueno en tales actitudes. Un caso digno de estudiarse
detenidamente.
En el segundo caso, el de admitir argumentos ontológicos o
metafísicos para justificar la actitud moral es mas difícil rebatir las
posiciones que pudieran aparecer el cual se reduce a dos posturas encontradas
(no vamos a mencionar casos como subjetivismo o intuicionismo, ya que estos se
pueden reducir todavía a las dos posiciones que a continuación describiremos).
La primera posición es conocida como “Realismo” y es la que asume que existe
una moralidad objetiva, un conjunto de leyes generales acerca de lo que es
actuar bien y moralmente, que existen más allá de los casos particulares. Como
lo explica Michael Smith “…entre los diversos hechos que existen en el mundo,
no sólo hay hechos sobre las consecuencias de nuestros actos sobre el bienestar
de nuestros familiares y amigos, sino también hechos característicamente morales: hechos sobre la rectitud y la no rectitud de nuestros actos que
tienen estas consecuencias.”[4]
Una posición afín al realismo en sus rasgos generales es la
de la teoría ética que desarrolla Kant. Este filósofo en su Crítica de la
razón pura lo primero que hace es separar al conocimiento
científico del conocimiento metafísico, dándole al primero el carácter de
fenoménico y único posibilitado para estudiar los hechos empíricos. El
conocimiento metafísico, siendo ajeno a la experiencia, tendrá para Kant un
carácter nouménico y será la fuente de otro tipo de conocimientos, con
caracteres morales. Es así que el conocimiento de las cosas morales es el
conocimiento de los nóumenos, es decir de las cosas existentes por sí mismas.
La actitud moral implica un conocimiento moral y el conocimiento moral implica
una reflexión, un uso continuo de la razón. Para Kant, la moral depende en gran medida del libre
albedrío del sujeto, de su capacidad de elegir libremente su curso de acción.
Como explica Onora O’neill acerca de Kant “tenemos y no podemos prescindir de
una concepción de nosotros mismos como agentes y seres morales, lo cual sólo
tiene sentido sobre la suposición
de que tenemos una voluntad libre”[5]
La idea central del pensamiento kantiano se reduce a la
idea del imperativo categórico: “obra sólo según la máxima que al mismo tiempo
puedas querer se convierta en ley universal”.[6]
De esta manera se conserva la libertad del individuo al estar implicada su
libertad de acción a la vez que se considera que el actuar bien obedece a una
especie de ley objetiva de la moral, trascendente a los sujetos.
Todo este complejo razonamiento en apariencia sólido se
deshace con unas cuantos razonamientos tanto positivistas como marxistas. El
aporte de los primeros es el de despojar a la metafísica (y por lo tanto a
todos los sistemas filosóficos desde los presocráticos hasta los modernos del
siglo XIX) de toda validez como conocimiento. La ciencia positiva no puede
mezclarse con reflexiones y silogismos que no llevan a ningún lado y que no
producen conocimientos capaces de ser comprobados.
En cuanto a Marx, logró llamar la atención sobre ciertos
productos culturales que no tenían ningún tipo de justificación más que para
servir como mecanismos de control por parte de las clases dominantes de toda
organización social. Entre esos productos incluyó a la moralidad.
Para Marx, los códigos morales sirven únicamente a los
intereses que mantienen el control sobre los medios de producción y sirven para
contaminar los razonamientos de las personas con la ideología dominante. Una
ideología es un conjunto de creencias, concepciones y juicios acerca del mundo.
Para los marxistas esto sucede incluso de manera
inconsciente y hay algunos que en verdad actúan con la creencia de que actúan
bien por que son libres, cuando en realidad no lo son. A final de cuentas, en el idílico caso
en el que por fin se logre la emancipación humana a la cual aspiraba Marx, la
moralidad como producto humano ya no tendría razón de ser, pues el individuo se
encontraría en plenitud de facultades para decidir sus acciones racionalmente y
por lo tanto, incapaz de cometer errores o hacer cualquier tipo de daño a sus
congéneres. Estamos hablando a fin de cuentas de esa Edad de Oro en la que se
proclamará “el fin de las ideologías” y la libertad e igualdad de todos los
hombres a partes iguales.
[1] Schneewind, I.B. “La filosofía moral moderna” en Singer, Peter,
“Compendio de ética” Alianza Editorial, 2004, p.p. 224
[4] Smith, Michael “El realismo” en Singer, Peter “Compendio de ética”
Alianza Editorial p.p. 542
1 comment:
Hola Josefo!
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